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El Dilettantismo sentimental

ginación, el terror se aferraba a su cuello haciéndola gritar, a veces, con lo que volvía a la realidad; otras, ardiendo en esa llama íntima que la adúltera avivaba, trémula, emocionada, hirviente en deseo, abría la ventana, aspiraba el frío relente, esparcía al aire su abundosa cabellera y miraba las estrellas soñando amores principescos. Día a día redactaba una carta para el ausente; pero mientras la escribía representábase otro hombre, un fantasma familiar fabricado con sus ardientes ensueños. Al acabar, fatigada por esas efusiones de vago amor que la rendían más que los grandes excesos, caía en aplastador abatimiento. Habría deseado dejar de vivir o dormir, dormir la vida entera.

Y así, degradándose cada vez más, pervertida por dentro desde que fué intoxicada por el romantieismo y por una educación inapropiada a su esfera de vida, Emma rodó desde el desamor al adulteriodesde el horror de no amar a la hija hasta la mancilla de robar dinero al marido y de sugerir a su amante el fraude para satisfacer su sed de lujo, hasta dar en la suprema cobardía del suicidio.

Moribunda, al ver al sacerdote que se acerca revestido para darle la extremaunción, revive, en Em ma, el misticismo romántico. Lentamente, vuelta hacia la hostia la cabeza, la alegría transfigura ese semblante donde la muerte se retrataba ya. Encontró Emma de nuevo la olvidada voluptuosidad de sus primeros vuelos místicos, voluptuosidad que la sumerge en desusada paz, que la hace entrever visiones de eterna beatitud. Y eso cuando recitaban para ella el Misereatur y el Indulgentiam, cuando, después de humedecer el pulgar derecho en el óleo sagrado, el sacerdote comenzó las unciones. Primero, en esos ojos que tanto habían envidiado todas las suntuosidades terrenales; luego, en esa nariz amante de tibias brisas y de amorosas fragancias; luego, en esa boca que se