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Raquel Camaña

días en el convento una solterona que repasaba la ropa blanca de las educandas. Bajo cuerda era la encargada de traer y llevar recados, hacer comisiones más o menos lícitas, contar las novedades mundanas, amén de recitarles maravillosas historias y de cantar, á media voz, las canciones galantes del siglo XVIII.

Durante seis meses, a los 15 años, Emma se entregó, sin resistencia, a lecturas desmoralizadoras por contener el más sutil veneno bajo apariencias de inofensiva sensiblería.

76 Ante su infantil ignorancia desfilaron amores, amantes, damas perseguidas desmayándose en solitarios pabellones floridos, postillones muertos en cada relevo, caballos leventados de fatiga en cada página, sombrías selvas; desazones amorosas, juramentos, sollozos, lágrimas y besos cambiados a la luz de la pálida luna; el canto del ruiseñor en los bosques; caballeros valientes como leones, suaves como corderos, virtuosos como no se es en la vida, siempre bien vestidos y llorando como urnas funerarias.

Con Walter Scott, apasionóse por la historia novelesca; soñó con antiguos castillos cuyas moradoras, vistiendo trajes medioevales, de pie bajo el trébol de las ojivas, acodadas sobre la piedra, la barba hundida en la mano atisbaban, allá en la linde del bosque, a un caballero, de blanca pluma en la cimera del yelmo, montando fogoso alazán. Profesó, en esa época, el culto de María Estuardo, de Juana de Arco, de Eloísa, de Inés Sorel, de la Fornarina, soles bajo cúya luz desaparecían San Luis y Bayardo.

La sugestión romántica se acentuaba para ella en la clase de música: todas las romanzas hacían mención de angelitos de doradas alas, de madonas, de lagunas, de gondoleros. Parecían pacíficas composiciones, pero dejaban entrever, a través de la insulsez del estilo y de las inharmonías musicales, la atrayente fantasmagoría de las realidades sentimentales.