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Raquel Camaña

donos en inútiles soñadores sin fuerzas para la lucha.

74 Y, ese romántico en sus gustos, en sus lecturas, en sus manías, en sus hábitos intelectuales; aquél a quien la poesía de Chateaubriand embriagaba hasta el paroxismo; Flaubert, ese hijo y hermano de médicos, "maneja la pluma como otros el escalpelo" para denunciar la influencia intoxicadora del romanticismo sobre los espíritus débiles y, sufriendo al destruir sus ídolos, ridiculiza lo que adoraba aún.

Ese toque de alarma debe ponernos en guardia a nosotros, no sólo porque la escuela romántica fué imitada y excedida en España y en América, sino, y principalmente, porque aun hoy nuestra juventud, sobre todo la femenina, se intoxica con esas lecturas, falta que es agravada por la tintura pseudo—mística que reciben los niños de las clases pudientes en conventos y escuelas dirigidas por religiosos, o por el baño de falsa cultura artística o científico—literaria que es dado a los niños de la clase media, y aun de la clase pobre. Esta lamentable educación, lejos de prepararlos para la vida que está en relación con el medio en que los padres y ellos actúan, despierta locos deseos, alimenta un excesivo desarrollo imaginativo, hace vivir en un mundo novelesco, falso y ruín, acabando por hacerles despreciar, por comparación, el mundo del trabajo honrado, del esfuerzo propio, de la dignidad de bastarse a sí mismos, en que sus padres fueron educados. Es un mal entendido amor a los hijos el que hace que los padres, al educarlos así, les inculquen el virus del desengaño, de las ambiciones infundadas, de la no adaptabilidad a la vida real.

El "bovarismo" hace presa fácil entre nuestra juventud. Sería conveniente difundir la lectura de la hermosa obra de Flaubert. En ella se realiza el escarmiento en cabeza ajena. Emma, la protagonista, la futura Mme. Bovary, llenó su imaginación infan-