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Raquel Camaña

cultivar "la religión del sufrimiento" sintetizada así:

"La majestad me agrada del sufrimiento huma72 no".

Lecomte de Lisle reflejó la invencible tristeza que nos inspira la nada en que parece van a terminar finalmente los prodigiosos esfuerzos que la humanidad realiza.

Y, con todos y sobre todos, cantó el gran Hugo,, el poeta proteiforme como la vida.

De Lisle, al preocuparse de la sólida e indestructible belleza de sus versos, al no tratar sino temas capaces de subsistir eternamente, apartóse del romanticismo para quedar al frente de la escuela, cuyos cánones serán: perfección absoluta de la forma, impersonalidad del artista y "el arte no tiene más objeto que el arte mismo". Al estudiar la intoxicación del arte por el arte ya falseado, volveremos a ocuparnos de los que siguieron a de Lisle.

Contrasta singularmente con las obras maestras concebidas bajo la inspiración romántica, la influencia degeneradora que ejerció esa escuela sobre la juventud de todo un siglo. Los grandes románticos exageraron, en vida y en obras, el efecto aniquilador del dolor, de la desesperación, de la duda. Cultivaron e!

individualismo que aisla, en lugar de predicar el individualismo que, al llegar al fondo de nosotros mismos, a ese océano de vida común a todos los hombres, nos une con ellos en un mismo ideal. El romanticismo llegó a ser arte falso por estrechar el campo del ideal hasta hacer de él la mentira vital del pseudo egoísmo.

No basta declarar enfáticamente: "la majestad me agrada del sufrimiento humano"; ni imprecar a Goethe y a Byron porque les legaron "todos los elementos de desesperación y angustia esparcidos en el Universo"; ni permanecer "contemplando como se desliza la última hora". Hay que utilizar la palanca