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Raquel Camaña

que devorarían la creación, sin quedar saciados, que to devorarían a tí, mi Céluta".

70 "La vida me aburre: el hastío me ha consumido siempre: lo que interesa a los demás me deja frío".

"Poder y amor, todo me es indiferente, importuno":

En 1832 hablaba como en 1795. Y a los 64 años escribía: "Mi vida no es más que un accidente; siento que no debiera haber nacido. Aceptad, señora, de este accidente, la pasión, la fugacidad y el dolor; os daré más en un día que cualquiera en largos años".

Y el domingo ó de junio de 1841: "Todo ha concluído: He puesto punto final a mis Memorias. No hago nada; ya no creo ni en la gloria, ni en el porvenir, ni en el poder, ni en la libertad, ni en los reyes, ni en los pueblos. Vivo solo en un gran departamento donde me hastío esperando vagamente un no sé qué que no deseo y que no llegará jamás. Entre bostezo y bostezo me río de mí mismo y contemplo cómo se desliza, a mis pies, mi última hora".

Tal era, en las obras y en la vida, "el gran romántico'. Mientras tanto, "La Nueva Heloisa" influía, con sus ensueños, su melancolía, su piedad, en una gran mujer, en Mme. Stael, llena, desde joven, de entusiasmo por el genio, por la naturaleza, por la virtud y por la desgracia. Más tarde, ya formada, impuso nuevos modelos a las letras francesas con "Las literaturas del norte"; ensanchó el campo de la imaginación, despertó nuevas curiosidades.

Ya se perfilan claramente los rasgos de la literatura romántica: Difusión y exaltación del sentimiento religioso, individualismo y amor a lo novedoso, a la libertad.

Con Lamartine, puro, armonioso, vago, el sentimiento religioso se evapora en una especie de panteísmo hindú; con Hugo, más preciso y lleno de colorido, más sonoro y más discordante, pasa del cristianismo