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Raquel Camaña

mentirosos espejismos que lo desviaban de la buena ruta.

Y, al hacer lo imposible, que se admirara el heroísmo en un loco, realizó lo factible al poner en boca de la sobrina del hidalgo manchego esta sentencia de muerte: "Los disparates de mi señor tío han sido originados por esos descomulgados libros que bien merecen ser abrasados como si fuesen herejes".

Hay una época en la vida de las literaturas modernas que permite estudiar hasta donde puede influir la intox cación literaria sobre la efectividad colectiva, envenenándola hasta el punto de constituir lo que se llamó "el mal del siglo".

Musset, el poeta que "al descender hasta el fondo desolado del abismo que llevaba en su interior" hace estallár las bellas y apasionadas notas de "Les nuits, poema el más personal y el más realista, donde el grito de agonía pasional vibra espontáneo; Musset, el tipo que mejor encarna el mal de la época, reprocha a Goethe y a Byron, "a los dos genios más grandes del siglo después de Napoleón", el haber consagrado sus existencias a reunir todos los elementos de angustia y de dolor esparcidos en el universo.

Goethe pintó en "Werther" la pasión que conduce al suicidio—mentira vital que, por contagio, originó una verdadera epidemia de suicidas—y Byrón le respondió con un grito de dolor que estremeció a la Grecia como si la palabra "nada" fuese la clave del espantoso enigma en que se envolvía.

"Doquiera la hiel de mis pesares Vertí en acerbas y sonoras rimas:

Por todas partes, implacable y frío, Fué detrás de mis pasos el hastío".