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Raquel Camaña

milia, en sociedad, en nación. Disimulan, bajo el nombre de necesidad, de derecho, de autoridad, lo antinatural, la expoliación, para halagar al que domina, y, bajo el título de conformidad, de resignación, de paz, la sometida cobardía del débil, zapando, lenta pero infatigablemente, los pilares que debían sostener la unión, la fraternidad por comunión de ideales.

Y, en terreno propio del arte, el falso ideal lleva a la decadencia: el arte de los cenáculos, cada vez más exclusivo, es, progresivamente, menos accesible, hasta llegar a la casi absoluta incomprensibilidad.

La buena literatura, espejo fiel de la vida idealizada, ha cristalizado en tipos inmortales la influencia del arte malo.

Aunque no sea ya de temer la intoxicación literaria debida a los libros de caballerías, Don Quijote, ese poema de lo ideal—real más altamente humano, será el primero en desfilar. Envenenado por una mentira vital, el proceso de su enfermedad está descrito como por un genial psiquiatra. Y es tan esencialmente humano ese caso" que, con la variante de que la parte atacada sea la sensibilidad, la afectividad o la voluntad, individual o colectiva, en vez de la inteligencia, puede aplicarse tal descripción a cualquier ejemplo de intoxicación literaria.

"" Refiere Cide Hamete Benengeli, que el sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, se enfrascó tanto en esa lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles. Y asentósele de tal modo en la imaginación .