Página:El Dilettantismo sentimental.djvu/209

Esta página no ha sido corregida
209
El Dilettantismo sentimental

pintorescamente irrigados, niños de ambos sexos aprenden instintiva y naturalmente, llenos de alegría rebosantes de salud.

Bien escoltada por guardias civiles, me interné en las casas cuevas de los gitanos. Cavadas en la peña como grutas, blanqueadas y limpitas, se adornan con lámparas colgantes, braseros, sartenes, pailas y toda clase de utensilios repujados en bronce por una raza industriosa y artística, aun en su estado nómade y casi bárbaro. En la cueva del capitán de los gitanos, una joven tan bella y graciosa como los rojos claveles que prendían el negro y rizoso moño, más viva que la luz, me dijo la buenaventura. Claro está que mi suerte era tan grande, tan grande, que fué preciso fijarla con una moneda de oro en la palna de la mano y, luego, para destruir el mal presagio, fué preciso colocar otra cerca de la muñeca.

Acabada la lectura de mi porvenir, no pude tocar más esas monedas a trueque de obligar a la fortuna veleidosa a tornarme las espaldas.

Dejé a Granada con pena tanta, que debí jurarme a mi misma volver al Alcázar de ensueño, a pasar en sus jardines una primavera o un otoño.

Sevilla no debe visitarse después de Granada.

Todo lo monumental que ella ofrece, excepción hecha del interior de su catedral, es tosco, barroso, de imitación árabe burda y grosera. Vista la Alhambra, a qué deslucir esa impresión sobrehumana mirando el Alcázar sevillano? Sevilla vale su fama por sus patios y por sus callejas. Pero está en una llanura soleada y monótona, mientras que Granada está entre sierras, cruzada por ríos y arroyos, y encierra la maravilla de las maravillas: la Alhambra. Sevilla es más grande, más poblada, más ciudad. No tiene caIleja, casa ni patio que no sea una decoración de