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Raquel Camaña

belleza dormida; naranjos cuajados de fruta dorada, enredaderas floridas, mirtos, arrayanes, cipreses, olivos, viñas, pinos.

El perfume del verde, el de la tierra sana y rica y el del agua agradan sin marear. Todo en la Alhambra es harmonía, es belleza encarnada, es canto eterno a la sin par imaginación árabe. Conmueve tan dulce y profundamente la Alhambra dormida en soledad y abandono, en medio de esa vega desbordante de vida que, sin sentirlo, he llorado contemplando la divinamente feérica sucesión de arcadas de encaje tallado en la piedra que se domina desde el Patio de los Leones hacia el Mirador de Lindaraja.

¡Cuantas veces he vuelto a ti, hada morisca, ultrajada por prejuicios fanáticos, a vivir tu pasado, a saturarme de tu hermosura, a oir tu poético y místico lenguaje, a admirarte sin palabras, a vivir por los ojos a udales, a ensanchar el alma, a idealizar la imaginación!

El ingeniero director de las obras de reconstrucción de la Alhambra, presentado por nuestra común amiga, doña Ana María Solo de Zaldívar, nos acompañaba, a veces, cuando visitábamos los fosos y torreones, los caminos subterráneos secretos, las dependencias en reparación. Y, como español cortés y galante, llenaba nuestras manos de frescas flores, jazmines y mosquetas, lirios, rosas reventonas y humildes violetas, que en esos jardines del Alcázar abren en pleno invierno mirando, graciosas y coquetas, el blanco eterno de la Sierra Nevada y la ondulada y siempre verde vega granadina.

Mi amigo, el médico sevillano Joaquín Decref, me recomendó visitara las escuelas del Ave María, que dirige el padre Manjón en el barrio gitano; al aire libre, entre valles y colinas, que son jardines