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El Dilettantismo sentimental

cuyo maestro era ciego. Enseñaba recitado un versículo del Korán que la clase coreaba monótonamente. Una vez aprendido de memoria el más fácil de los libros sagrados, enséñaseles la explicación, de memoria también, para pasar a otro libro y a otra explicación. Y así queda instruído el niño en la religión mahometana y aprende al mismo tiempo, a escribir, a contar y algunas nociones prácticas de geometría.

El contacto con franceses y con ingleses les ha llevado internados de jesuítas y universidades. Desconfío de uno y de otros; inyecciones de intrucción y vida contemplativa son dos males capaces, cada uno por sí solo, de acabar con razas de titanes.

Alumnos y maestros balbucean el inglés. El francés está ya casi olvidado. El actual Khédive ha asestado golpe mortal disponiendo este año que hasta las estampillas de correos ostenten divisa inglesa en lugar de la francesa, que era ya habitual.

La conquista pacífica del Egipto por los ingleses —política y turísticamente—es un hecho. Y hay que agradecer a ello la esmerada limpieza de hoteles y buques, pulcritud que resalta en el marco de ostentosa suciedad indígena.

La miseria no ahoga en ellos la alegría. Curiosos y burlones de natural, sus ojos y sus bocas ríen mofándose del loco que abandona familia y comodidades, costeándose desde lejanas tierras para ir a ver piedras más o menos gigantescamente amontonadas. Y sus ojos y sus caras ríen burlando al viajero, a quien sacan moneda tras moneda con su eterno pedir. Y ríen, consultándose de soslayo, a hurtadillas, cuando los vendedores asaltan al turista con sus baratijas, chucherías, falsas antigüedades, chales o frutas. Ríen y cantan siempre para solaz, para descanso, para darse ánimos; cantan remando, acarreando piedras, arando, dando vueltas a la noria, corriendo tras el asno. Y acompañan la extraña y des-