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Raquel Camaña

198 a ese sol con razón divinizado que dardea sus rayos de fuego día a día sobre el desierto, sobre el río y sobre el ancho oasis que lo bordea.

Gracias sean dadas a Cook que permite, con sus comodidades, que todo lo malo sea visto desde arriba, por decirlo así: Desde el burro, caballo, coche, camello o buque, jamás el turista sufre contacto directo con miserias tales. Y, así y todo, noche a noche, al acostarse, no hay viajero que no lave sus ojos con agua boricada: Tal impresión deja el espectáculo de esos míseros y asquerosos seres.

Desde a bordo, remontando el Nilo, se les ve vivir minuto por minuto en sus primitivas casuchas de tierra que apenas sirven para defenderlos un poco de los rayos del sol y la arena.

Y cruzar sus aldeas vénse de nuevo las mismas casas de tierra que asemejan cuevas. Y dentro y fuera pululan chicos y grandes a millares.

Hacen vida tan primitiva que hasta sus necesidades más urgentes las llenan al aire libre, a lo largo del río divino en el terraplén del ferrocarrit; frente a las cosas, a vista y paciencia de todos.

Y las caravanas de viajeros pasan y ellos se quedan quietos, mirando, mientras con una varilla hacen rayas en la arena... Muy luego alcanzan al turista eon sus gritos: ¡backchich!... ¡backchich!... ¡ backchich!...

Hasta en las escuelas los alumnos mendigan con gestos, con la mirada o pidiendo a escondidas del maestro.

¡Esas Escuelas !... Piso de tierra, piezas viejísimas, largos bancos sin pupitres; los chicos, cada uno con su cuaderno sucio y viejo y unos pocos libros heredados quién sabe de qué remoto antepasado. Un anticuario los pagaría a peso de oro. Casi, casi compré uno; pero la repugnancia venció la tentación, sobre todo al mirar esos ojos. Y más en esa escuelita