Página:El Dilettantismo sentimental.djvu/183

Esta página ha sido corregida

EL NILO


¡Salud, oh Nilo! ¡Oh, tú que te has manifestado en esta tierra y vienes en paz para dar la vida a Egipto! ¡Dios oculto, vía del cielo que desciendes! ¡Dios Seb, amigo del pan! ¡Dios Nepra que das los granos! ¡Tú bebes el llanto de todos los ojos y prodigas la abundancia de bien!

Tal cantaba en mi alma el recuerdo de una plegaria egipcia cuando contemplé por vez primera el Nilo.

Sola, huyendo de toda humana compañía, que me importuna cuando salgo al encuentro de algo soñado en la niñez, escapé a la vigilancia amistosa de mi compañera de viaje, en la primer mañana de mi arribo al Cairo.

Y, pasajera en cómodo tranvía eléctrico, rumbo hacia las pirámides, hartaba mis ojos con la contemplación de esa maravilla de exóticas sorpresas que se llama la ciudad vieja" en el Cairo.

De súbito, frente a mí, brusco recodo del camino muestra majestuoso puente y, a derecha e izquierda, frondosa y lujuriante vegetación, gigantescos árboles, montan la guardia al rey de los ríos. Desde mi atalaya, la delantera del tranvía, abarcó el paisaje: Mis ojos buscan, anhelantes, las aguas del Nilo; las ven, y una deleitosa sensación, tan profunda que mue arranea lágrimas, suspende mis sentidos. ¡El Nilo! Así