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El Dilettantismo sentimental

sonaje de la novela de Wells, real y fantástico a un tiempo como los héroes de pesadilla.

Imagínenlo de casi dos metros de alto, de largas piernas, anchas espaldas, cabeza chiquita; con bigote recortado a lo cepillo y pelo ídem, rojizos, que le cae sobresaliendo como alero de rancho.

¡Cómo viste! No sé por dónde empezar: De las rodillas abajo, medias de globbe—trotter, gruesas, con ancho ribete, bajo la rodilla, en realce y en colores; zapatos de goma sobre botas atacadas con cintas como sandalias; pantalón de montar, ajustado ante, sobre y bajo la rodilla, ancho y voludo hacia los costados; saco plegado, lleno de presillas, de bolsillos, de botones. Cuello altísimo, forma palomón, no palomita como de tony; guantes gordos de lana, tejidos; gorro ídem con cubre orejas.

Y pensar que en esa traza, este Cavor de nuevo cuño, una tarde, mientras la banda tocaba una polonesa y luego un tango, hizo el oso bailando solo.

¡ Las mujeres que desfilan! Ni una, entre más de treinta jóvenes, merece ser llamada "graciosa". Las hay hermosas, ¡pero de sosas! Con ojos de besugo y cabello de chala de choclo, lacio, caído o frisado artificialmente en cohetes. De noche, de etiqueta, tiesas y escotadas, no están mal. Pero de día, románticamente estiradas en sillas de viaje, bajo velos estudiadamente. caídos, anudados a un costado, dejando fuera un mechón que el viento vuela estiranda sin lograr alborotar siquiera...

Tampoco están mal en traje de deporte, jugando como machos. Ese conjunto que a Australia emigra poco, muy poco tiene de femenino. Con razón, entre más de un centenar de pasajeros, casi todos matrimonios, no viaja un solo niño. Y hasta en segunda y tercera clase van contadísimos chicos; siete he visto durante el viaje.

Observándolos, siento cuán triste debe ser verse