Página:El Dilettantismo sentimental.djvu/168

Esta página no ha sido corregida
168
Raquel Camaña

altos que la cabeza, la larga y humeante pipa en la boca, un pilón de libros, revistas y cuadernos a un lado, cerveza y un vaso al otro. Viste robe de chambre listada, y peinada hacia atrás la rizosa melena.

Es culto y comedido: En obsequio nuestro cambió de habitación para que mi padre y yo pudiéramos tener piezas corridas.

De nuestro balcón apenas si se dominan los detalles del variado espectáculo ofrecido por la Rue de l'Ecole de Médecine: En cambio, de noche, cuando nos retiramos a altas horas, apreciamos de cerca su bulliciosa animación: Grupos de ambos sexos se divierten, cantan, ríen, organizan ridículas procesiones, se ejercitan en llevar a las bellas colgadas del cuello sobre las espaldas, sujetas por natural collar de torneados brazos: gritan a voz en cuello, corren, corean himnos o se arremolinan alrededor de alguno que perora en serio o en broma.

Todo se lo permiten entre ellos. Nada con el que pasa. Respetan la libertad ajena hasta el punto de hacerse respetables en medio de sus bullangueras diversiones.

Ese admirable respeto por la libertad ajena caracteriza a París en todo lugar. ¡Cuántas veces, en los corredores de la Taverne Pascal, por ejemplo, presencié escenas idílicas o bufas, admirada de que conservaran única y exclusivamente la característica que sus actores le imprimieron sin que el medio ambiente influyera con la más mínima crítica!

Ni una mirada, ni un gesto, ni una palabra menoscaba la libertad ajena: Cada cual procede a su guisa y el vecino no para mientes en ello: Ahí está el secreto de la impresión de equilibrio con que París satura a todo visitante.

Cerca, muy cerca, aunque desde el balcón no la veo, está Notre—Dame.

¡Las horas que he pasado, amándote, Catedral