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Raquel Camaña

impresión en el viaje de ida. ¡No haber podido bajar a tierra! En cambio, hoy, a pesar del calor que abrasa y sofoca, me propuse recorrer la ciudad.

Un pintor italiano, de sensibilidad verdadera y hondamente artística, de profundo y personalísimo talento, nos acompañó. Jamás olvidaré la impresión dolorosa, el sufrimiento real e íntimo experimentado por nuestro amigo ante esa naturaleza virgen, hoscamente salvaje.

Mi solidaridad de americana antes de esa experiencia me creía por encima de sentimientos estrechamente regionales — mi susceptibilidad de criolla, me impulsaban a descubrir bellezas en la ciudad más chata, más sin vida, más sin asomos de apariencia europea en Santos.

Anchas y asoleadas calles; casas bajas; empedrado mortificante; población raquítica, mísera, enfermiza, enclenque, diría: casi más la europea que la africana si no recordara que negros y blancos deperecen en el Brasil hasta inspirar lástima.

—Así imagino nos decía el artista italiano una ciudad agotada por terrible peste. Estas calles desiertas bajo este sol abrasador que afiebra al reverberar; la poca y pobre gente que parece arrastrarse apenas; demacrados, amarillos, ojerosos hasta los niños de pecho; esa hierba que crece sin piedad; esos campos incultos... Hasta las flores que aquí abren más grandes y de colores metálicos, todo tiene algo de extraño, de profundamente morboso.

Y era así. La fértil, la feérica tierra brasileña es para soñada, no para habitada. Africanos y europeos deperecen bajo ese cielo que dardea rayos de fuego y deja caer repentinos chubascos.

Sin querer, surge la comparación obligada: Qué raza no mejora en nuestro suelo? Después de recorrido el viejo mundo, hagamos desfilar los distintos tipos de cruza europea y criolla que sirven ya