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El Dilettantismo sentimental

cuerpo echado hacia atrás, el pecho saliente, la cabeza erguida, como quien va a bailar el can—can. Los chicuelos desnuditos, con innúmeros amuletos—cri—cricolgados del cuello, el vientre hinchado, caído, de tanto comer tierra, las cabezas llenas de asquerosas pústulas.

De regreso, visité una escuela. ¡Qué impresión de pesadilla me prodlujo la filosófica lengua francesa al salir blandamente informe, viscosa, incognoscible de labios de un maestro negro envuelto en amplia túnica blanca! Llegamos a bordo con flores, fruta y la alegría de vivir que retoña en mí a cada nueva belleza admirada.

Si Dakar es medio salvaje, en cambio Francia se honra en Africa con Argel, la blanca: Hermosas avenidas, lujosos bulevares, calles amplias y aseadas, edificación europea, árboles comparables en tamaño y hermosura a los tilos parisinos, tranvías eléctricos en todas direcciones; automóviles, carruajes; excelentes hoteles; abundante población europea; jardines públicos con los que sólo Río de Janeiro o Lisboa compite; campiña circundante fertilísima; cerros idealmente bellos, cuya ascensión recuerda, a la vez, el viaje por el alto de Niza a Monte Carlo y el recorrido de la célebre corniche de Cava a Amalfi y a Sorrento en la costa itálica.

¡Qué linda es la bahía de Santos! Por el estilo de Río; una entrada ideal, bordeada de altos cerros, con bosques de café, helechos y palmeras. Arribamos al atardecer, y cuando se hizo noche iluminaron la ciudad y el cerro a la derecha que tiene en la cima una capilla. Parecía un castillo de fuegos artificiales.

Recuerdo que sentí tanto no recibir más que esa