Página:El Dilettantismo sentimental.djvu/155

Esta página no ha sido corregida
155
El Dilettantismo sentimental

nes de Santa Teresa y de Tijuca de incomparable belleza.

Los cerros se suceden disputando terreno a la ciudad abrazada por el mar y cada cerro es típicamente hermoso. ¡Y qué vegetación! Helechos arborescentes, árboles gigantes, palmeras cuya copa hay que mirar levantando alto, bien alto la cabeza. Las casas, los palacios, entre ese verde vívido, luciente, semejan nidos. La roca pelada contrasta severa con lo femeninamente gracioso del panorama. Los pics altos, perdidos entre jirones de nubes el día sigue tormentoso—los cerros bajos, bañados de sol, un sol que llena, aviva, juega, lastima.

Pasamos una hora entre gritos de: "Mira aquél, ¡qué lindo!"; "¡ allá se ve el mar!"; "¡Oh!

el Pan de Azúcar!"; "¡qué olor delicioso!"; "¡qué flores, pero qué flores!".

Por fin, henos frente al Botánico. Allí, mientras hurtábamos azaleas, se nos acerca un guardián, sonriente, lleno de bondad, a decirnos que si a la salida nos ven llevar flores el castigado será él. Nos hicimos amigos ponderando la belleza de ese jardín feérico.

Y, con el guardián como guía, recorrimos las calles sombreadas por caña bambú o caña tacuara que, a cada lado del macizo, forman medio arco de altísima ojiva; refrescamos la vista ante la romántica cascada medio oculta entre negras peñas y enredaderas floridas; admiramos, asombrados, las yucas inmensas, los árboles tropicales, la calle de palmeras gigantes, soberbias.

Y siempre, al fondo, al costado, al frente, los cerros que brillan frescos y lucientes bajo el reciente chubasco, bañados de luz, semejando inmensas esmeraldas.

Regresamos al puerto entrecortando nuestro contemplativo mutismo con exclamaciones de asombro y de deleite. De nuevo, tras un recodo, se nos ofreció