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Raquel Camaña

pió violentamente de la enfermería de la tercera y, al pasar de súbito de la luz a la obscuridad en que estaba sumida la cubierta que los marineros lavaban a bomba, no vió el chorro vengador, bajo él se puso y su fría y húmeda embestida lo sacó de casillas arrancándole el traidor juramento.

Empapado, ridículo blanco de las burlas de la bella brasileña se escurrió quién sabe dónde y allí pasó la noche toda, pues los socios de la Punta Brava, que se turnaron de guardia hasta bien entrado el día, no lo vieron surgir de la tenebrosa cubierta baja.