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Raquel Camaña

Rojo tipoy marca las bellas formas de las chiriguanas; sobre rojo manto muéstrase, tras la madre, el chiquitín; como sangre al sol brilla todo poncho hasta el de los indiecitos; manchas rojas lucen en el rostro los matacos en señal de tener novia y rojas son las cuentas de vidrio que adornan el cuello, el pecho y los brazos de las indias jóvenes.

El tren en miniatura nos volvió a la casa habitación del ingenio "La Esperanza". En medio de jardines, en poético pabellón de verano, instalaron los señores Leach una bien servida mesa. La escalinata que conduce al cenador estaba flanqueada por hermosos indostanes ataviados, desde el turbante al pie, de blanco y azul celeste. Así nos sirvieron como en lo cuentos de "Las mil y una noches", entendiéndonos por señas. ¡Felices amos con tales criados que ni inglés, ni francés, ni español comprenden!

Rosas grandes y rizosas, blancos lirios y raros helechos adornaban la mesa. Por ver las flores en sus plantas recorrí con curiosidad los jardines donde los ejemplares más raros y delicados alternan con macizos de bambúes tan altos y fornidos como los del Jardín Botánico de Río y allí, en ese feracísimo rincón de la Argentina, por buen nombre "La Esperanza", fuí objeto de calurosa manifestación por parte de lo más selecto de Jujuy.

Al regresar la ciudad traje una visión rápida de lo que tantas veces había soñado conocer. Pero, y eso era lo triste, traia una pena: la de no aprovechar mejor mi estadía en ese paraíso, visitando, por el este, hasta el Chaco y, por el norte, hasta La Quiaca, como en tentadora visión me lo hizo entrever el señor Villafañe. En estos meses de invierno no se lucha con lluvias, ni con pantanos, ni con mosquitos, ni con fiebres, ni con el fantasma del chucho.

¡Cuánto sentía dejar ese suelo tan bello, ese aire tan puro, ese sol tan fulgente, esa luz de incompa-