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El Dilettantismo sentimental

bien plantados, caras despiertas y francas. No des merecen, ante ellos, los chiriguanos, sobre todo las chiriguanas, bien formadas, gráciles, airosas, de andar firme y rítmico. El rojo tipoy deja al aire y al sol el torneado cuello, los hermosos brazos, las piernas firmemente modeladas. Cuentas de colores varios avivan y embellecen la expresión de esas caras llenas de infantil y bonachona curiosidad. Al lado de ellas, contrastan los matacos, sucios y harapientos, bajos, macetudos, de sensual o abotagada expresión. Recordaba, mirándolos, sus chozas, semejantes a las esquimales. Medias cúpulas, tan bajas que la familia toda penetra, a gatas, hacinándose para pasar la noche, bárrelas el fuego cuando, acabada la zafra, retornan a la selva. Porque todos, chiriguanos, tobas, chorotas, matacos, vienen y van, como la marea, del Chaco al ingenio y del ingenio al Chaco. Son nómades. Redúcenlos pacíficamente conquistando a los caciques al regalarles armas, adornos y, sobre todo, caballos para transportar el equipaje o los enfermos graves. Dóciles y sufridos, hacen posible la prosperidad del ingenio a cuyas fatigas ningún asalariado extranjero se habituaría. Unidos, hasta hacerse solidarios de la menor ofensa, vengan, como corsos, de generación en generación, el ultraje inferido a un miembro de su tribu.

Jóvenes y viejos, mujeres y niños desfilaban, tras el alambrado, en interminable teoría, primero al paso, luego al trote, más tarde a la carrera. ¡Qué ligereza, qué soltura, qué precisión, qué ritmo! Ellos, lanzando agudos gritos de júbilo; ellas, llevando a espaldas, entre un poncho—saco, al indiecito menor que asoma curioso sin llorar ni menearse. Chicos y grandes corren tanto o más, quizás, que un caballo lanzado a galope. Niños grandes, gozaban del aire y del sol divino desplegando, orgullosos, ante nosotros, su envidiable agilidad. Y el rojo pasa deslumbrante.