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El Dilettantismo sentimental

corcovo, ábrenle cancha. El paisanaje sigue de cerca, a caballo, la emocionante doma. Salta el potro y el jinete, gaucho viejo, ni se mueve en la silla. El animal, enfurecido, arranca a disparar, recto como flecha dejando a la zaga a los que intentan seguirle. Súbitamente en mitad de la carrera, inicia una serie de corcovos que dan con el domador por tierra, entre la rechiffa del gaucherío que acude, no a auxiliar al caído la multitud es lógica como la vida: no tiene compasión por el vencido—sino a pialar el potro, que huye campo traviesa hacia sus sierras.

Cierto es que a mandinga en ánima encerró el cuerpo de cada uno de los potros sucesivamente montados: no hubo domador, joven o viejo, que no oyera, al caer desarzonado, la insultante mofa del pueblojuez. Dábase ya por terminada la doma, con harto sentimiento de mi parte, cuando un gaucho donoso y joven puestero en la estancia de los Bustamante, se ofrece a montar un potro bravío que había cortado dos lazos al ser pialado. Al jinetearlo, pierde el poncho: "Mala seña, poncho en tierra", gritale un espectador. Sin mirar atrás, salta, afirmándose con este solo movimiento sobre la montura. El potro quédase un instante indeciso como si tanto ultraje lo agobiara. De pronto, arranca en corcovos, brincos y sacudones. La cabeza entre las manos, párase en ellas, coceando al aire. Su jinete, con el mango del rebenque, golpea rudamente el guardamonte de cuero.

Asustado, clava el animal sus patas en el suelo estremeciéndose de furor y de coraje. Sereno, `cambia el gaucho las riendas de una mano a otra, entre frenéticos aplausos. ¡Ya está domado el bruto! Para probarlo, su dueño y señor oblígalo a correr. Y sale, gambeteando como chico que escapa a seguro castigo.

La mano firme del domador corrige su marcha. Vuelto hacia las tribunas, quiere el jinete lucirlo junto a ellas, al paso. Sofrénalo, y un brinco desesperado se-