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Raquel Camaña

levantando carpas. En la pista, va a darse la señal de la largada. El público se sitúa estratégicamente a lo largo del alambrado. Crúzanse apuestas, pues los caballos son conocidos. Veloces, a igual distancia de la meta, pasan los tres parejeros. Procuro seguirlos, pero mis ojos no comprueban el veredicto: "Ganó el zaino": Estamos mal situados. Avanzamos con dificultad y, no bien nos hemos estacionado, cuando nuevo tropel pasa como ráfaga dejando un jinete en el suelo. Gaucho listo, abandonó riendas y estribos, pero no pudo evitar una costalada. Atién delo la comisión, a tiempo que el juez falla un caso difficil:

Dos caballos han arribado a la vez. Apasiónase el populacho y, por fin, dase por nula la carrera. Alejan la meta a 600 metros y seis caballos salen, no tan a una v 7 que los jueces no los obliguen a recomenzar. No es posible predecir el triunfo en esta carrera decisiva. Inclinados, hasta confundirse con el cuello de la montura, pasan en vertiginosa exhalación. Cerca de la meta dos son, una vez más, los ganadores...

Pero ya, no: el obscuro va delante y su jinete, ebrio de gozo, no acierta a detenerlo hasta dar con el alambrado.

Mientras tanto, en La Tablada organízase otro desfile: Las damas jujeñas y forasteras se exhiben, costosa y elegantemente ataviadas. Frescas y hermosas sombrillas protéjenlas de ese sol que es, para mí, el mayor encanto de la fiesta popular. Poco a poco, carruajes y jinetes dirígense al oeste de La Tablada, donde la Sociedad Rural ha preparado el segundo número del programa : la doma. De pie sobre el asiento del carruaje, alcanzo a ver con qué destreza se entregan los gauchos a pialar el potro elegido. Ensillado y enfrenado a duras penas, sácanlo, con lazo fuera del corral. Allí, el padrino sujétalo por la oreja mientras el domador salta, agilísimo, poncho al hombro, sombrero calado y rebenque en mano. Al primer