Página:El Dilettantismo sentimental.djvu/130

Esta página no ha sido corregida
130
Raquel Camaña

una pregunta de mi compañera de viaje. Recién vi y comprendí donde estaba. Era una grande y cuadrilonga habitación de piso desigualmente embaldosado, paredes de adobe y techo a dos aguas dejando ver, por dentro, el vetusto esqueleto. Al frente, la puerta principal fllanqueada por dos ventanas de salientes rejas; al costado izquierdo, otra puerta. Córrese el muro en ángulo por los otros dos lados, de los cuales el más corto, adosado al palacio—fanal, vierte agua por ancha faja salitrosa. El amor popular ha cubierto los muros de placas; el mal gusto gubernamental ha enjalbegado esas paredes de blanco y añil y ha profanado el sillón de Laprida tapizándolo de rojo terciopelo; la vanidad de una familia tucumana conserva en su poder el mobiliario tradicional prestándolo tan sólo a la veneración del pueblo los días consagrados.

Afuera, roja y magnífica ábrese la estrella federal, flor que decora en esta estación todo jardín tucumano.

Horas después rumbo al extremo norte argentino, a ese Jujuy depositario de la bandera que aprisionó unidos al cielo y al sol, viendo desfilar, al este, la selva virgen domada, a trechos, por la caña de azúcar, y al oeste la abrupta cadena, blanca del pie a la cima, en su cordón central, revivía la titánica guerra libertadora.

Media noche había sonado, después de dos días y siete horas de viaje, cuando llegamos a Jujuy. La ciudad, envuelta en sombras, erguía como un faro la torre de su iglesia catedral cuajada de luces.

El 23 de mayo, a las 2 p. m., dieron comienzo los festejos. En la Tablada, campo extramuros, liso y raso, todo a nivel, los gauchos domaron potros y jugaron carreras a caballo. Nunca hubo fiesta tan de mi gusto. Pláceme el sol brillante, el aire fresco, la montaña hermanada con la selva, los hermosos caballos, la maestría en el jinete y en el domador. ¡Y ese día de Mayo fué tan radiante! Deslumbrábame, en