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El Dilettantismo sentimental

utilizando como cebo a los mansos compañeros. Y ese triunfo nos devolvió el perdido ánimo.

En verdad la mañana prometía temporal y sabíamos de sobra lo que eso significa en la montaña.

No arriesgarse a bajar al valle, so pena de fatal rodada.

Quedarnos era condenarnos a perecer de hambre y de frío. Había que intentar el descenso, peligrara lo que peligrase..

Paso a paso salimos de la meseta donde tanto habíamos padecido esa noche. Corriendo un riesgo a cada avance llegamos a la ceja de la Sierra Grande y divisamos la maldecida pirea que con cruel ironía nos salió antes tantas veces al encuentro en la nochecuando buscábamos sendero. Ahora, con la ayuda del día, lo encontraríamos fácilmente.

Engañosa esperanza. Horas de horas erramos por la ceja de la sierra viendo, allá abajo, el río que serpenteaba por entre los pueblos del valle amigo. ¿Cómo llegar a él?

La sierra, cortada a pico, no mostraba el más angosto sendero. La lluvia torrencial de toda una noche había convertido los ríos secos en torrentes, los vallecitos en lagos, los arroyos en caudalosos ríos. El día clareaba dificultosamente por entre espesos y grisáceos nubarrones. Y nosotros errábamos desesperados por la ceja de la Sierra Grande.

De pronto vi un valle en forma de embudo que por entre las montañas bajaba serpenteando :—Arriesguemos el todo por el todo, propuse. Y, a pesar de lá obstinada prudencia de nuestro compañero, emprendí el descenso. Peligroso era, en verdad. La peña resbalosa, bajaba, a trechos, en pendiente aterradora.

Echada hacia atrás, prendida al cuerno de la montura y a las crines de mi inteligente alazán, dejábalo bajar sin pretender guiarlo. Eso nos salvó.

Largo fué el penoso descenso. Habituada ya al