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El Dilettantismo sentimental

Apercibióse a la faena y eligió un tala hermosísimo. Ese era el que le habían ordenado voltear.

Tanteólo amorosamente. ¡Pobre árbol, al que ni la majestuosa belleza librará de caer con ignominia!

¡Y tan luego a él iba a derribar, al confidente de sus ensueños juveniles!... Quizás así fuera mejor: Una mano piadosa acaricia al matar.

Dispuesto al sacrificio, el cieguecito hendió el tronco amigo con filosos y repetidos hachazos. Sudoroso, recogióse para darle el golpe de gracia.

Gimió el árbol venciéndose a un lado y una ola caliente y espesa, surgiendo de la abierta herida, bañó las manos del ciego.

Con instintivo espanto llevóselas a la cara y clamó :

—¡Dios mío, estos pobres ojos que no me dejan ver!

Y sus ojos, sus pobres y secos ojos, vieron con respetuoso terror que ancha ola sanguinolenta bajaba de la profunda herida enrojeciendo al suelo.

Acercóse el anciano presa de ese pánico sagrado que torna clarividente a quien domina:

Allá, en lo hondo del tajeado tronco, un Cristo abría los amantes brazos, mientras un río de sangre brotaba del lanceado flanco.

Arrodillado donde la fe levantó luego una capilla, alzó el vidente los ojos en acción de gracias:

lenguas de fuego lamían la montaña del pie a la cima anunciando radioso amanecer.

Mina Clavero, Córdoba.