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Raquel Camaña

humillante, que cual sucia mosca caída en el néctar de la poesía amatoria la inficiona y la hace, para una persona delicada, imposible de tragar.

Después de esa vacunación de horror, ¡cómo cultivar otro sentimiento fuera del de la amistad fraternal!

En vano el canónigo Carranza le explica que esas cosas, desde el punto de vista elegido, son odiosas; que si estudiásemos en esa forma otras funciones, verbigracia las de la nutrición, nos dejaríamos morir de hambre, y que el amor verdadero barre de la imaginación esas telarañas románticas de la repugnancia a lo natural a lo que Dios mismo instituyó.

Dos son los puntos débile de esa demostración, convincite en apariencia. Ante todo, la instrucción sexual, para no ser contraproducente, debe surgir de la educación sexual y, a su vez, la educación sexual debe basarse en la religiosidad humana.

La heroína, en Dulce Dueño, ingiere a grandes dosis conocimientos que, normalmente, deben ser la resultante de la educación y de la experiencia, y, para colmo, deslumbrada por falsos mirajes religiosos, pretende hallar la verdad natural.

La condesa de Pardo Bazán refleja, a través de prejuicios ancestrales, obras tan magníficamente humanas como las del doctor Forel su Hilario Aparicio expone, en parte, esas ideas. La situación, creada a propósito para ello, es tan insidiosamente ridícula, el personaje tan adocenado y venal, que un sentimiento de protesta y de repugnancia domina al lector avisado.

Maculadás, surgen de semejantes labios verdades como éstas: "Yo creo que el amor, tan calumniado por las religiones oficiales, que han hecho de él algo reprobable y vulgar cuando es lo más sublime, lo más noble, lo más realmente divino tiene que ser rehabilitado..

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