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Raquel Camaña

Esto, que hoy es cierto tan sólo para nuestros "paisanos" con la certeza que da el testimonio de quien vió, oyó, habló—era verdad general hace siglos.

El fantasma del padre de Hamlet existía para Shakes peare, como existía el mismo Hamlet. Pruébalo el haber sido visto primero por Bernardo, Marcelo y Horacio, jóvenes guerreros, el último distinguido estudiante de la universidad de Wittemberg, y luego por Hamlet a instancias de Horacio.

Sólo el hijo oyó la terrible confidencia, porque así convenía a la venganza paterna.

Esto explica por qué, al rever Hamlet, en presencia de la reina, a la sombra querida, su madre no ve ni oye. Además de usar el fantasma de su poder supraterrestre, había impuesto como condición expresa que el hijo no sería cruel para con la madre: intervino recordando al príncipe hasta donde debía llegar la piedad filial.

Hermosamente sencillos son los otros recursos escénicos empleados por Shakespeare: La doble tragedia y la doble locura se desarrollan frente a frente reflejándose como en espejos paralelos.

Hamlet, el vengador, debe, a su vez, a Ofelia y a Laerte, la vida del padre. La locura real de Ofelia está ahí haciendo resaltar la fingida demencia de Hamlet.

La reencarnación del padre que clama venganza es algo muerto definitivamente en la sublime tragedia; los prejuicios religiosos en ella sustentados agonizan también hoy, aunque cuenten todavía con cobarde respeto. Lo restante del drama es humano, lleno de belleza eterna cuyas raíces ahondan en el amor.

De vida real rebalsa la obra: desde la prosaica que enseña por boca de Polonio "no des lengua a los pensamientos ni ejecución a la idea mal calculada. Sé viril y cortés, pero jamás bajamente familiar. Amigos que hayas adoptado después de sesuda prueba, lí-