á su nieto D. Fernando y no al hermano de éste el Archiduque Cárlos, que era el legítimo heredero de todo. La injusticia no podia ser más notoria; aparte de que si en las edades pasadas un Gran Maestre tan sólo suscitaba tan grandes dificultades á los Reyes, era grandemente imprevisor, si queria fortalecer la nueva Monarquía, depositar en una sola mano el poder de aquellas tres Ordenes, tan ricas y arraigadas. Representaron los Consejeros contra estas cláusulas testamentarias; borrólas el Rey, aunque con sentimiento, pues queria á su nieto del mismo nombre mucho más que al Archiduque D. Cárlos, y entonces se suscitó una cuestión no menos grave, la de saber la persona que habia de ser nombrada Regente del reino. Uno de los principales Consejeros que asistieron á esta conferencia, el doctor Carvajal, propuso á Cisneros; el Rey, que nunca le habia amado, puso mal gesto á esta propuesta, é incorporándose un poco sobre el lecho, dijo á sus Consejeros: «¿No conocéis el humor austero de este hombre que todo lo quiere llevar á la extremidad? ¿Lo queréis vosotros?» No osaron replicar los del Consejo; calláronse todos, y al fin el Rey, después de quedar breves instantes en suspenso, añadió: Todavía es este un hombre recto, tiene tas intenciones derechas, no es capaz de hacer, ni sufrir alguna injusticia, ni tiene parientes, ni familia; será todo entero para el bien público; y siendo hechura de la Reyna Doña Isabel, y mia, está obligado, por reconocimiento, á honrar nuestra memoria, y á egecutar nuestras voluntades.
Quedó nombrado Cisneros Regente en virtud de un nuevo testamento, y el Rey, ya desde entonces, apénas tuvo momento de lucidez; no conoció á su esposa ó no advirtió su presencia, y el confesor le administró los Sacramentos en este estado, muriendo en la madrugada del 23 de Enero de 1516.
Así acabó el Rey D. Fernando, Príncipe indocto, pero de entendimiento nativo muy grande; afortunado y valiente en los campos de batalla; hábil y afortunado también en manejar los artes de la diplomacia y los resortes de la política; confuso y atrevido iniciador de los procedimientos de Maquiavelo; superior en el disimulo, pues nadie, como dice Giovio, podia conocer sus pensamientos por las alteraciones de su rostro; espíritu egoísta y frio, que todo lo referia al cálculo de la cabeza y nada á los sentimientos del corazón; piadoso sin duda alguna, pero no ayudando á la religión y á la Iglesia sino hasta aquel punto que convenia al interés