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Cazorla, para poner paz en los ánimos y anunciar á ios soldados que en el momento de embarcarse recibirían su paga; pero entrado en agrias contestaciones con Vianel, y pasando de las palabras á los hechos, le asestó una terrible cuchillada en la cabeza, y lo dejó medio muerto tendido en tierra. Mal fin habría tenido todo si un Oficial de gran popularidad entre los soldados, Alvarez de Salazar, no les hubiera arengado con verdadera elocuencia y no les trajera al cumplimiento de su deber. Con esto y con saberse que el Cardenal había dispuesto pagarles, todo se apaciguó y las tropas se embarcaron alegremente. El júbilo fué completo cuando, al entrar en los buques, vieron los sacos de oro coronados de hojas de laurel, y que se entregaba á cada cual su dinero al agradable y marcial compás de los clarines y tambores.

El viernes, 16 de Mayo de 1509 al amanecer, la escuadra se hizo á la vela y se dirigió á las costas de África [1].

  1. Suponen algunos que otro fué el día de marcha. Hay testimonios auténticos de que fué el 16, y son una carta de un Canónigo de Toledo, quizas D. Francisco Alvarez, que acompañó á su Prelado hasta Cartagena, y lo dijo así á López de Ayala; y otra carta de D. Jerónimo Illan, Secretario de Cisneros, dirigida á este mismo López de Ayala, el que, al darle cuenta de la toma de Orán, lo consigna así también.
    Don Jerónimo Rosell, en el bello discurso que leyó sobre el mismo tema en su recepción de Académico de la Historia, conviene en el día, pero no en la hora, pues dice que el 16 de Mayo de 1509, á las tres de la tarde, levó anclas la armada toda; y la primera de aquellas cartas dice que al amanecer y la otra que de mañana se hizo á la vela, y ya se sabe que los buques no se hacen á la vela sino después de levar anclas.


XLII.

Así se embarcó Cisneros para el África á los setenta y dos años de edad, fortalecido por su fe, vigorizado por su patriotismo, insensible á las privaciones, superior á las contrariedades, sin flaquear por miedo ó desmayo en su entereza de siempre. No descansó en toda la travesía, y aunque las crónicas nos lo dicen, consideramos imposible traducir con palabras lo que pasó en el alma de Cisneros durante aquellas horas interminables, solemnes, eternas. ¿Quién puede sorprender y referir los pensamientos que, como en un océano en donde las olas se alcanzan y atropellan, se agitan en el