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aquel mando. No trató el Conde á los Moros como pueblo conquistado, no los vejó, no los exasperó con francas violencias y simulados latrocinios, antes bien con su bondad y su dulzura se imponía á los Moros, olvidándose por completo de sus hábitos militares, y de emplear el terror, que es el arma favorita y el triste acompañamiento del mando de un soldado.

Fray Fernando de Talavera, que habia llegado, por la fuerza de sus virtudes y de su ciencia, á Confesor de los Reyes y á Arzobispo de Granada desde la cuna más humilde —expósito debia de ser, pues Oviedo en sus Quincuagenas dice que él fué del linaje de todos los humanos ó de aquel barro y subcesion de Adán— secundaba con no menos elevación los propósitos soberanos y la noble conducta del Conde. No se empeñaba en convertir á los Moros con la violencia, no apelaba á las amenazas, no recurría tampoco al terror, sino que se valia de medios más ilustrados y eficaces para llegar á la vez que á la fusión del pueblo vencido con el vencedor, á la conversión al Evangelio de todos aquellos infieles. Para catequizarlos con más fruto, aprendió á sus años el idioma de ellos, y lo hizo aprender á sus párrocos. Hizo más: mandó traducir al árabe los textos más apropiados de los Evangelios, hizo componer un vocabulario, una gramática y un catecismo en el propio idioma, y de esta manera hacia; entre ellos grandemente fructuosa su predicación. Asi iluminaba el entendimiento de los infieles, y se atraia su corazón con la práctica constante de todas las virtudes, con el infatigable ejercicio de su paciencia, de su dulzura y de su bondad. No era uno más de esos santos misioneros que andan por el mundo y parecen la triste realización del adagio vulgar: Haz lo que te digo y no lo que hago. Por el contrario, hacia lo que predicaba y predicó lo que hizo, e assi, dice con razón un cronista, fué mucho provechoso é útil en aquella ciudad para la conversión de los moros.

El Conde de Tendilla y el Arzobispo Talavera se completaban, y por decirlo asi, se confundían para conseguir el propio resultado, el uno para cimentar la conquista, el otro para convertir á los Árabes, ambos para servir á los Reyes Católicos. La obra, como se ve, se levantaba sobre cimientos sólidos; pero pedia tiempo. La fusión entre dos pueblos, entre dos razas, mucho más si están separadas por la religión, es obra de años, de siglos tal vez, y hay que resignarse á la lentitud; pero si se quieren abreviar los términos y condensar el tiempo, hay un medio rápido, ejecutivo,