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Fernando estaba en edad de tener herederos varones. Después de grandes controversias, y cuando estaba á punto de conseguirse el resultado que se deseaba, la muerte, ese factor oscuro y terrible que deshace en un minuto los cálculos mejor combinados en una larga serie de años, lo vino á hacer todo inútil. La Reina de Portugal, la Princesa Isabel, en quien se reproducian la virtud y la grandeza de su madre la Reina Católica del mismo nombre, murió de sobreparto el 23 de Agosto, dejando un hijo, el Príncipe Miguel, que habia de reunir en si las Coronas de Castilla, Aragón y Portugal, es decir, el sueno de todos los buenos españoles, la Peninsula ibérica en toda su integridad, sin mutilación alguna, con Gibraltar que entonces teníamos, desde los Pirineos y desde el Vidasoa hasta la desembocadura del Tajo, sueño que habria podido realizarse sin violencia, con gusto de ambos países entonces, por medio del entronque feliz de dos dinastías queridas, que lo hubiera consolidado para siempre; pero aunque poco después, el 22 de Setiembre, fué reconocido heredero de los Estados de Aragón este Príncipe, también la muerte frustró este cálculo dos años después al arrebatar en Granada este Príncipe enfermizo, por lo cual tocó la sucesión de Castilla y Aragón al César de la Casa de Austria, que nos dejó mucha gloria, pero muertas también las libertades y aniquiladas las fuerzas de la patria.

Huelgan aquí sin duda alguna estos últimos renglones, desahogo del ánimo entristecido, al recordar desdichas pasadas de nuestra Historia. Hagamos punto, y consignemos sólo que cuando aquellas catástrofes de familia, todavía mayores para la patria, afligían á los Reyes Católicos, el Arzobispo de Toledo fué su consuelo. Nadie mejor que él podia hablar á su acongojado ánimo el lenguaje de santa resignación de que se vale el Cristianismo para endulzar desdichas tales ó para poetizar y embellecer el lúgubre vacío de una tumba, que es puerta de la inmortalidad, según los libros santos.

Los Reyes Católicos se apresuraron á abandonar á Zaragoza. Acompañóles hasta Ocaña Cisneros, y desde allí, después de dar á su buen amigo Gonzalo de Córdoba, la gran figura militar de aquella época, como Cisneros era la gran figura política, la bendición que quiso recibir de sus manos, antes de partir segunda vez á Italia, se retizó el Arzobispo á Alcalá, su lugar predilecto en todas las épocas de su vida.