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EL CARDENAL CISNEROS

después le fueron poblando. El año de su profesión se presentó como un modelo de obediencia y humildad, entregándose, cuando no á la oración, á las austeridades más rígidas; dé modo que, cuando llegó á profesar era tal su fama, que las personas más caracterizadas de Toledo de útio y otro sexo acudían á sú confesonario para entregarle la direccion de su conciencia.

Quiso huir también de esta popularidad, como la llamaríamos hoy, é instó á sus superiores para que lo destinaran á un lugar de absoluto recogimiento, consiguiendo que se le enviase á un pequeño convento, próximo á Toledo, que recibía su nombre de Nuestra Señora del Castañar del bosque de castaños en donde estaba situado. Allí, como después en el Convento de la Salceda, se entregó á toda clase de mortificaciones y austeridades. Dormía poco y sobre el duro suelo, con un pedazo de madera por almohada; ayunaba constantemente, comia yerbas cocidas, llevaba sobre sus carnes áspero cilicio, y se atormentaba de continuo con disciplinas. De dia y noche estaba en oración, meditando sobre los sagrados libros, la mente puesta en Dios, olvidado del mundo, en perpetuo éxtasis, imágen viva de los antiguos anacoretas, de tal manera, que como dice Prescott, si no es maravilla que en ese estado pudiera creerse en comunicación con los espíritus celestiales, éslo, sin embargo, y no pequeña, que no quedara para siempre desarreglado su entendimiento con estas acaloradas fantasías.

Cisneros, por fortuna, aunque años enteros estuvo entregado á esta vida de contemplación y de éxtasis, no perdió aquellas felices disposiciones con que Dios le dotara para gobernarse con los hombres, según las necesidades de la vida real. Los religiosos de la Salceda, con quienes últimamente vivia, nombráronle por unanimidad Guardian de su convento, cargo que quiso también rehusar y que aceptó por fin, por espíritu de obediencia. No con la autoridad, de que abusan cuando no la envilecen los indignos de poseerla para inspirar un respeto hipócrita ó un terror efectivo, sino con el ejemplo que es el que se insinúa más fuertemente en el corazón humano, y el que convierte en agradable virtud la obediencia, es como gobernó Cisneros á sus religiosos, sirviéndoles constantemente de consuelo y alivio, cuidando de todas las necesidades de su convento y, sin perder nada de su ardiente caridad y de su fervor religioso, suavizando con su dulzura las asperezas y las austeridades de sus compañeros. En los claustros como en el mundo,