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EL CARDENAL CISNEROS

cama lujosísima, estaba el pobre jergón sobre que descansaban breves horas sus macerados miembros, nunca arropados por el blanco y suave lienzo, que si era tentación de la gula el aparato de su mesa, no era menor su personal frugalidad, aunque mayor el regalo de los pobres; los que todo esto ignoraban ó afectaban ignorar, aquellos mismos que antes le censuraban por su modestia, atribuyéndola á bajeza de condición, por su sobriedad y economía, suponiéndolas formas de la avaricia, por su severa virtud, tachándola de refinamiento en la hipocresía, esos mismos, sus émulos y envidiosos, aquellos que aspiraban á reemplazarle en el favor de la Reina, ó temían de su elevación, ya no tuvieron ningún miramiento, y le acusaron públicamente de vano, de presuntuoso, de arrogante, que arrojaba la máscara de la virtud, porque ya habia logrado el logro de todos sus designios.

¡Ah! La ambición no tiene entrañas, y es la misma en todos los tiempos. Ella se traza su camino, y sigue adelante, atropellando reputaciones, atropellando existencias, siendo igual para ella el bien y el mal, no distinguiendo entre la virtud y el vicio. En la época de los Reyes Católicos escogió por víctima á Cisneros, y era en vano que este obrase de una ó de otra manera, con modestia ó con ostentación, con virtud ó con hipocresía. Erales indiferente esto á los díscolos y envidiosos de Cisneros: lo que les importaba era estar siempre enfrente para minarle el terreno que pisaba, hundirle en el ánimo de la Reina, y reemplazarlo en el favor. ¡Desdicha grande cuando los Soberanos no conocen estas maniobras, y entregan el poder al vicio que se disfraza de virtud, y que antes procura presentar á la virtud misma como vicio!

(Se continuará.)


C. Navarro y Rodrigo.