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Ni uno ni otro pudo conciliar el sueño con tranquilidad la noche que precedió á ese dia. Impacientaba al enamorado pretendiente su incertidumbre, y mil ideas opuestas venian á su imaginacion; porque era tanto lo que temia una negativa, que no osaba creerse correspondido, á pesar de las probabilidades que para ello tenia.

Atormentaba á la bella Anita la idea de que D. Luis no le fuese constante, temiendo por otra parte que sus padres supiesen tarde ó temprano sus relaciones y se las probibiesen. Dominada sin embargo por el amor que ya le habia inspirado, allanó fácilmente todas las dificultades que su viva imaginacion le habia presentado, como sucede siempre en iguales circunstancias, y cuando al dia siguiente pasó él por delante de su balcon, salió mas encarnada que la rosa que llevaba en la cabeza. Contestó con una casi imperceptible sonrisa y una graciosa inclinacion al afectuoso saludo que él la dirigió rebosando su rostro de felicidad, y retirándose inmediatamente estuvo largo rato en su tocador, temerosa de que la sorprendiesen y notasen su turbacion.

Continuaron su correspondencia, habiendo logrado mas adelante tener algunas entrevistas, aunque raras y no sin alguna dificultad, ella desde el balcon de la casa en que vivia una tia suya, á quien ocultaba cuidadosamente su secreto, y él desde el de la casa contigua que ocupaba un amigo suyo.

Hacia dos meses que seguian en sus relaciones de este modo, cuando un dia llamó D. Diego á Anita, y haciéndola sentar á su lado, le habló en estos términos: