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grado de civilizacion en que se encuentra; dias en que el magistrado no es magistrado porque no ejerce sus funciones, en que el mercader cierra su tienda y el artesano su taller; dias fecundos en aventuras amorosas, y en que las bellezas mas altivas suelen sonreir al que han hecho suspirar por mucho tiempo; dias de esperanza para los jóvenes y de recuerdos para los ancianos; dias finalmente en que las mayores estravagancias son admitidas, con tal que vayan autorizadas con el sello de la costumbre.

Los de S. Juan y S. Pedro son en la Capital de Puerto-Rico del número de estos, y una de las cosas con que los habitantes de la Isla los amenizan son las carreras á caballo. Hé aquí lo que sobre ellas dice D. Íñigo Abad en su historia de Puerto-Rico, dada á luz en Madrid en el año 1788.

«Las fiestas principales (dice) las celebran tambien
«con corridas de caballos, á que son tan propensos como
«diestros. Nadie pierde esta diversion: hasta las niñas
«mas tiernas que no pueden tenerse, las lleva alguno sen-
«tadas en el arzon de la silla de su caballo. En cada pue-
«blo hay fiestas señaladas para correr los dias mas solem-
«nes. En la Capital son los de S. Juan, S. Pedro y S. Mateo.
«La víspera de S. Juan al amanecer entra gran multitud
«de corredores que vienen de los pueblos de la Isla á lu-
«cir sus caballos; cuando dan las doce del dia, salen de las
«casas hombres y mugeres de todas edades y clases, mon-
«tados en sus caballos enjaezados con la mayor ostentacion
«á que puede arribar cada uno. Son muchos los que llevan
«sillas, mantillas y tapafundas de terciopelo bordado ó