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Un criado acaba de enterarme del lastimoso estado en que se encuentra; pero como sé que no ha olvidado á mi hijo, me ha parecido deber insistir en ver á V. por si era útil su presencia.

Enjugóse D. Diego dos lágrimas que se habian deslizado por sus megillas, y despues de un momento de silencio, dijo dando un profundo suspiro:

―¡Ah! sin duda la divina Providencia les ha traido á ustedes para dulcificar algun tanto los últimos momentos de mi pobre hija, ya que desgraciadamente es tarde para conseguir el objeto que se proponian. Conociendo ella el estado en que se encuentra, me ha confesado que moriria contenta si pudiese volver á ver á su hijo de V.

―¿Y no hay absolutamente ninguna esperanza?

―¡Ah! no: la animacion de sus facciones va desapareciendo por instantes, y despues de la consulta que han tenido esta mañana, solo la dan los facultativos algunas horas de vida, si un copioso sudor, que aun no ha aparecido, no viene á poner término favorable á la enfermedad. Apresúrese V. á ir á buscar á su hijo, mientras yo voy á prepararla para que no sea demasiado fuerte la impresion que esta noticia pueda causarle.

En el momento en que salia D. Julian, entraba el médico de cabecera, que, como amigo intimo de D. Diego, estaba enterado de las interioridades de la familia. Contóle este la conversacion que acababa de tener con el padre de D. Luis, preguntándole si le parecia prudente que la enferma le viese. Reflexionó el médico un instante, y dijo: