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viendo además que serian inútiles todos sus esfuerzos para disuadirle de su propósito, y que era el único medio para dejar en buen lugar el nombre y la reputacion de su hijo, no solo le dió su consentimiento, sino que le ofreció acompañarle á Barcelona y presentarse á D. Diego suplicándole disculpase su conducta y le concediese la mano de Anita.

Como el cariño que D. Luis tenia á su padre era sin límites, esta concesion no pudo hacer mas que afianzarlo, ofreciéndole un eterno reconocimiento.

Determinaron pues ponerse en camino para Barcelona á los pocos dias de haber tomado D. Luis el grado, y que fuesen solamente los necesarios para preparar el viaje y hacer las precisas diligencias que estos traen consigo.

Once días hacia que aquel acto habia tenido lugar, y diez que lo habia publicado el periódico por donde lo supo D. Diego, cuando estando nuestro joven médico solo en su cuarto entregado á sus pensamientos favoritos, y recreándose en la idea de la grata sorpresa que iba á causar á Anita, le entraron una carta que acababa de llevarle el cartero. Reconoce la letra, apresúrase á abrirla latiéndole el corazon con violencia, como á un hombre que fluctua entre el temor y la esperanza, y despues de haberla leido retratándose en su rostro la alegría que embargaba su corazon, esclamó besando repetidas veces la carta:

―¡Bendito seas ángel mio! No cambiaria mi suerte por la del mayor potentado del mundo.

―No bien acababa de decir estas palabras, cuando le anunciaron que un caballero deseaba hablarle.