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LEOPOLDO LUGONES

"Ama pensó él con desgarradora clarividencia—ama o va a llegarle la hora de amar".

Y con violenta arrancadura de cepa, sangróle bárbaramente, hasta írsele en palidez mortal, la angustia del corazón mordido.

Tan singular fué aquel trance, que casi al punto reaccionó en asombro. Su voluntad enderezóse como un látigo.

—Mal tiempo—dijo;—pesado, fatigoso... Acabo de sentir un vago mareo...

—Sí, está muy pálido—afirmó Toto.

—No será nada. Vamos, Tristán. El aire y la marcha me harán bien seguramente.

Por la puerta que acababan de entreabrir, azuleó afuera un ancho relámpago.

—Va a seguir lloviendo—advirtió doña Irene.

—No importa; vamos, Ignacio. El coche nos seguirá. Vienes, Toto?

—No, papá, no salgo esta noche.

Y en voz baja, para que sólo su hermana oyera:

—Estoy penitenciado... —añadió con malicia cordial.

—Me alegro , dijo ella del mismo modo.

Aquel secreto estremeció con nuevo sobres alto el alma dolorosa de Sandoval.


XLII


—Han advertido qué delgado está?—dijo por él doña Irene.

—Es que trabaja demasiado, repuso Tato. Ahora habría que recomendarle a él un poco de ejercicio. Consultorio, visitas, cátedra, hospital... y de un