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EL ANGEL DE LA SOMBRA

—Mándame traer uno, papá!

Ambas hermanas miráronse satisfechas.


XLI


Bromeaban aún con lo de la cara de novia, cuando entró Sandoval, a quien prodigaron, como era justo, las felicitaciones por el éxito de su prescripción .

—No es mucha ciencia recomendar aire libre y ejercicio. Pero a mi vez te felicito, Luchita. Será o no así la cara de la novia... Lo que yo sé es que con ésa, más de un novio te va a salir...

Sorprendióse de experimentar un recóndito dolor al eco de sus propias palabras. Comprendiendo que iba a quebrársele la voz, calló de golpe; y bajo el silencio que sobrevino, su rostro adquirió, pronunciada como nunca, la ruda fiereza que le era entonces peculiar. A doña Irene le pareció que enflaquecía de pronto, como excavado por interno derrumbe.

Mientras reponíase de aquella anómala emoción, prolongado el paladeo de su café, miraba a Luisa de soslayo sobre el borde de la taza.

Ganada por su abstracción habitual, vencíala ahora una suavísima plenitud de azucena. Eran los ojos lejanos de siempre, los mismos, sin duda. Por qué no?... Lo cierto es que su mirada parecía

abismársele hacia adentro en la contemplación de una luz profunda. Sobre aquella delicia absorta, una sonrisa que no llegaba a definirse materialmente, difluía en cándida gracia su vaguedad.