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EL ANGEL DE LA SOMBRA

—Es que ahi falta la experiencia, precisamente. Tanto valdría la opinión de un millón de ciegos sobre la luz. En cambio, aquellos grandes vidente, que son los iniciados del mundo oculto, consideran los dos mayores obstáculos para alcanzar las puertas de oro de la inmortalidad, al orgullo en el hombre y al amor en la mujer. Porque la mujer no ama sino en la eternidad: victoriosa de la muerte y del olvido.

Aquellas señoras, inclinadas de seguro al ocultismo cuya literatura empezaba a difundirse en sociedad, concentraron visiblemente sobre el defensor su interés y su simpatía.

—Dolorosamente victoriosa—completó él con la desapasionada seguridad de una enseñanza. —Porque el verdadero amor encierra este imperativo terrible: podrá no hallar correspondencia en la dicha, pero siempre la impondrá en el dolor. Y esto basta para explicarse por qué son tan escasos los seres dignos de amar.

—Y el poder de las lágrimas femeninas—concluyó, irónico, el anciano caballero.

—Y el poder de las lágrimas femeninas en que tantas veces, señor, se desangra un alma asesinada.

El tono de aquel hombre mantenía su perfecta discreción. Y acaso por su misma naturalidad, comunicó a la frase un vigor extraño.

Su rostro de nítida palidez, sus ojos obscuros, no delataban la menor emoción. Pero al fijarme en ellos por primera vez, me sorprendió lo impenetrable de su negrura.

Al propio tiempo, la joven dama exaltada, po-