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blar con la muchacha. No la va a olvidar con irse, y en semejantes lugares... Y para mejor la deja enamorada, y vaya la pobre a sufrir por usted. Quien sabe!...

—Si lo que busco es no hablarla, precisamente...

El escribano púsose a mirar un rincón del techo, mientras se metía con el pulgar una punta del bigote entre los dientes. Luego, bajando los ojos con simpatía sobre él:

—La quiere mucho, amigo Vallejo. La quiere mucho.


XXXIII


Las dos lecciones siguientes parecieron restablecer la normalidad; y el miércoles por la noche, Suárez Vallejo comió como antes con los Almeidas. Tía Marta había intervenido, para reprochar a todos la injusta frialdad que sobrevenía hacia él, como si no se tratara, dijo, de una noble acción disimulada con tanta modestia. Pero desde el pasado viernes, acaso con motivo de alguna insinuación de aquellas visitas cuyas miradas de mal contenido interés recordaba con ansiedad, Luisa sorprendió entre Doña Irene y su hermana conciliábulos nocturnos.

Iluminada por su amor, ahora oculto como un secreto precioso, comprendió que de eso mismo se trataba; y temblando ante un riesgo cuya gravedad presentía invencible, no vaciló un instante en cometer la acción que habría tenido, hasta entonces, por suprema vileza. Espió desde la puerta intermedia, pegada a la sombra, sin rubor y sin miedo, en esa