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LEOPOLDO LUGONES

de una tragedia...—exclamó la más joven de las damas presentes.

—Misterio y secreto vulgarísimos, quizá...

—¡Vulgar D.F., un artista de tanto espíritu!—intervino a su vez la dueña de casa.

Y dirigiéndose a mí con encantadora vivacidad:

—Defienda usted, Lugones, que como poeta lo hará mejor, el honor de su gremio ante este monumento de prosa.

El "monumento" era demasiado respetable por su parentesco con la dama y por su ancianidad, para no imponerme la evasiva de una sonrisa silenciosa.

—Cosas de artistas!—añadió, justificándola, con la tranquilidad satisfecha de una excelente digestión.

Entonces otro de los convidados, un caballero que habíanme presentado al entrar y en cuyo nombre no reparé, opinó suavemente:

—Morir de amor nunca es vulgar...

Inútil añadir que obtuvo, al acto, el sufragio de las mujeres.

Pero advirtiendo, tal vez, que su afirmación era demasiado romántica, la atenuó con un poco de impertinencia psicológica:

—La gente incapaz de amar, que es la inmensa mayoría, desde luego, se caracteriza por dos creencias falsas: la vulgaridad del amor y el egoísmo de la mujer. Es infalible.

—Cuestión de experiencia—objetó un solterón elegante. —"Cada uno habla de la feria..." y siendo así, me parece muy respetable el pesimismo de la mayoría.