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EL ANGEL DE LA SOMBRA

jir, testarudo, al fin, como buen negro, mediante una retribución mensual. Y ahi me tienen ustedes condenado a carruaje perpetuo, con grave detrimento de mi peculio... y de mi estética—a pesar del boato. Porque se trata de una berlina anticuada, que me da un aire de médico de provincia...

—¡Pobres negros—compadeció la tía Marta—son tan consecuentes!

Luisa rió callada, sintiendo una admiración pueril hacia ese afecto de pobre.

—Y por qué querría el otro matarlo?—dijo con interés.

—Quién sabe... Tal vez algún intríngulis galante, porque tiene esa debilidad. En suma, es una suerte para él mismo que no cargue armas.

—Y también, para el otro infeliz, no haberlo herido.

—El otro, a pesar de la embriaguez, me parece un pillo de mala entraña.

—Pobre gente!... —insistió ella suspirando.


XXVIII


Es de imaginar la sorpresa de doña Irene y don Tristán, que habíala buscado a la salida del concierto, mientras Tato acompañaba a Adelita y a su mamá, en ya evidente anticipo de noviazgo.

La señora hablaba de telefonear al doctor, doblemente impresionada por el suceso y por el vago remordimiento de haber dejado a su hija, reprochándose en silencio un excesivo abandono. Costóle a aquélla disuadirla, asegurando que nada había sentido, hasta que resolvió en definitiva la inutilidad