de costumbre, aunque tal vez un poco más callada. Y apenas salieron don Tristán y el doctor, ganó su habitación, muerta de sueño, según dijo.
Tía Marta la siguió con los ojos, pensativa. Pero el alba sorprendióla enteramente despierta ante su ventana. Las horas habíansele pasado sin sentirlas, y sin que pudiera, tampoco, recordar lo que pensó en su larga inmovilidad ante la noche profundizada por la sombra de la quinta, donde a ratos palpitaban, como soñando, vagorosos murmullos.
Salía de su ausencia en el seno de aquel insomnio, descansada cual si hubiera dormido; mas, también, con la certidumbre de que su vida acababa de recobrar una significación suprema.
La tenuidad verdosa del alba aclaraba su pureza con una frescura de ablución.
Mas, cuando el día entró de lleno, y la luz pareció volcar su copa en el raudal de gorjeos matinales, definiósele un presentimiento de abrumadora seguridad: Suárez Vallejo no va a venir esta tarde.
A medida que corrió el tiempo, la paz dominical fué volviéndosele odiosa. En la asoleada siesta, de un silencio como campestre por la total suspensión del tráfico, el canto de los gallos insistía con claridad tan sonora, que exasperaba el tedio.
La idea tenaz volvía, en cambio, sin un alivio de duda: No va a venir, no va a venir.