Y allá, de pie, temblorosa ante el abismo que sentía abrirse en ella, el escalofrío la envolvió otra vez con su estridente varillazo.
Anonadada un instante, su nobleza reaccionó casi heroica. Dios mío! Qué indignidad estaba pensando!... Envidiaba a Adelita, porque era feliz!...
Cayó de rodillas ante el lecho, como para un instintivo perdón, echando brazos y cabeza sobre las revueltas sábanas.
Adelita, sí, que era feliz!... y Tato, que ya la quería tanto!... ¡Si supieran lo que ella, la hermana que tan buena creían, acababa de pensar!... Lo que era realmente!...
Hundió con apretón convulsivo la cabeza entre los brazos.
Una pena honda, humillante, infame, sin lágrimas para mayor lobreguez, definíasele poco a poco en sed de arrepentimiento.
Resuelta a la expiación de su " maldad", recobró Luisa una calma extraña. La angustia de su pequeñez ante la inmensidad del mundo y de la vida, trocósele en abnegada fortaleza. Quedábale,
tan sólo, un vago remordimiento de impiedad: olvidaba quizá demasiado sus deberes religiosos. La verdad es que no acompañaba a doña Irene en sus
devociones, como era justo. Propúsose hacerlo, venciendo aquella indiferencia que habíala puesto, de seguro, mal con Dios: por eso pensaba semejantes
cosas. ¡Sería tan bueno orar, purificarse en el re-