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LEOPOLDO LUGONES

fragancia, de pureza, hubiera consentido aquella gracia maravillosa?

Una sombra volvió a atravesar su espíritu.

¿Y si fué la música...

Si fué la música, no más?...

El arte ejerce tanto poder sobre esos temperamentos exquisitos!...

No halló en el club al doctor ni a Cárdenas, con quien contaba sin saber bien para qué. La hora de la esgrima había pasado. Saludó en la biblioteca a dos o tres lectores tardíos que prefirieron visiblemente sus diarios.

—La verdad es que debo estar poco interesante, se dijo.


XV


La noche fué desagradable. Hacía demasiado cacalor, y sólo entonces apreciaba el inconveniente de aguantarlo sin alivio posible, en ese departamento con puerta a la calle, preferido, no obstante el consejo de M. Dubard, por su mayor independencia; pues, aunque el barrio era tranquilo, siempre había que contar con la curiosidad de algún transeunte.

Tenía razón el viejo francés, cliente perpetuo de aquella casa de huéspedes cuyas habitaciones había acabado por conocer una a una; tenía razón el pobre viejo, a quien se reprochó no ver sino fugazmente, desde hacía un mes largo; pues, aunque apenas fué su colega eventual en algunas mesas de examen, debíale atenciones, corrientes si se quería, pero apreciables, dadas su edad, su finura y hasta