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EL ANGEL DE LA SOMBRA

masiado profesor. Me da por preguntarle todo, como los chicos.

Y ante la afable autorización con que él desvanecía su escrúpulo:

—Es que hay tanta seguridad en lo que usted dice!

Sentía con íntima gratitud, que esa superioridad guardaba para ella sola una delicada reserva en que mimaba, callando, la cortesía.

Criada entre seres indecisos de carácter o de condición, aquella sensibilidad, aislada por despareja, habíase malogrado en caprichos. Así explicaba ella misma sus ocurrencias de chica rara.

—Las personas me parecían artificiales. Como pintadas... Estuve un tiempo convencida de que me habría bastado querer para atravesar las paredes como un aire... Cuando dejé de oir a los... en fin: lo que oía, me sentí tan sola!... Figúrese que a veces me daba por preguntarme a mí misma con recelo ¿quién seré yo?... Repetíamelo en voz baja; pero a la tercera o cuarta vez, me entraba tanto miedo, que corría a refugiarme en las faldas de tía Marta. Después, el trato con las personas de nuestra clase me convenció de que somos muy poca cosa. A falta de mis... fantasías, busqué novelas. Pero sólo me dieron la noción de las muñecas que nunca tuve. Las regalaba todas, como mis trajes. Yeso que era coqueta. Pero a mi modo. Algún día le contaré. La soledad interior en que siempre viví, me ha enseñado la dulzura de la muerte.

Suárez Vallejo, fugazmente alarmado otra vez, admiró la precisión de su palabra.