ocupa como a ti; pero aunque la apariencia, los modales de ese muchacho, causan buena impresión, nada sabemos de sus antecedentes...
—Eso lo encuentro muy justo, apoyó don Tristán, calándose los lentes con energía.
—Yo también, convino el doctor; pero conozco los antecedentes de Suárez Vallejo, a quien, como a todo el que vale, no faltan detractores, y les puedo garantir su conducta.
—Ah, sí?... murmuran algo?—preguntó don Tristán, tomando al propio tiempo que el médico, gabán, sombrero y bastón.
La llegada un tanto ruidosa de Adelita Foncueva, cuya entrada, en arranque de pájaro, era siempre efectista y gentil, cortó la respuesta. Pero Sandoval, aprovechando a la vez el ligero tumulto, aseguró a su amigo con evasiva prontitud:
—Ahora, en la calle, te diré.
Luisa enrojeció ligeramente. Unica en oir la frase, había comprendido lo que insinuaba sobre el origen del "profesor".
Mientras los fieles contertulios encaminábanse al club, la recién llegada comentaba con los otros el oportuno proyecto.
Linda, traviesa, un poco engreída de su lujo y su juventud, era a no dudarlo más bonita que Luisa, aunque menos interesante; verdadero pimpollo en que la vida se gloriaba con delicia triunfal. Todo en ella expresaba la dicha, desde la boca pequeña y dulce hasta los ojos de antílope en que se azoraba la suavidad de la promesa. Su encanto virginal era un verdadero esplendor de aurora. Su gracia embellecía la serenidad de los ancianos y