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EL ANGEL DE LA SOMBRA

—No son como nada. Son unas listas azules en la oscuridad.

Todas sus dudas disipáronse entonces. Era un caso infantil de imaginación divergente.

Pocos dias después, la criatura, ligeramente indispuesta, copiaba junto a la estufa del comedor una lección atrasada, ocupando con libros y cuadernos la cabecera de la mesa. El médico acababa de aprobar la precavida reclusión, y doña Irene había ido por el termómetro. Sin levantar la cabeza del cuaderno, en el cual seguía escribiendo al parecer, Luisa dijo:

—Sabe lo que "me hablaron" anoche? M. Dubard está unido a mi destino.

La aproximación entre "los ángeles" y el profesor, que envejecido ya entonces, habíase retirado de la casa en un acceso de mal humor profesional, era demasiado cómica para no sonreir.

Siempre inclinada, Luisa lo advirtió, no obstante. Y poniéndose bruscamente sombría, añadió con voz glacial:

—Pasado mañana cumplo once años, no? No vaya a mandarme nada. No quiero que nadie se moleste más por mí.

Retrájose en adelante, como nunca estudiosa, hasta no abandonar sino por momentos la habitación aislada que habían debido concederle, al fondo de la casa, para evitarle una congoja: el pavor de la luna cuya claridad directa no podía sufrir, y que sólo desde allá era invisible; mientras una ancha ventana abríase con buena ventilación sobre la quinta. Autorizada por Sandoval, gracias a ese detalle higiénico, aquella instalación, que Luisa no