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LEOPOLDO LUGONES

doctor, a quien preocupaban un tanto las ocurrencias de aquella chica, absorta en esa época por un mórbido gozo de llorar que la extenuaba en inefable abandono. Poco antes de esas crisis, todavía asaz lejanas de la nubilidad, para no ser más singulares, era cuando experimentaba la ilusión de las voces, que Sandoval aceptó como ciertas, ganándose su gratitud sin límites; pues nada la ofendía tanto como que dudaran de su veracidad, perfecta, por otra parte.

Eso motivó confidencias de un éxtasis candoroso que asombraba al médico, tanto como la seguridad afirmativa de las expresiones inconcebibles en aquella niñez, por precoz que fuera.

Así, una vez, sentándola en sus rodillas para consolarla de cierta duda con que habíanla herido, preguntóle qué le decían los ángeles.

—Me dicen cosas tan lindas y tan raras!... —afirmó, mirándolo como solía con ojos apacibles.

Y al cabo de un instante, sin pestañear:

—Me hablan de amor y me llaman al olvido.

Por sereno que fuera, Sandoval no pudo reprimir un escalofrío.

Mas, dominándose por disciplina profesional:

—Qué te dicen, insistió, cuando hablan así?

—Me dicen que llore para no estar sola. Comprendió que se trataba de una turbación sin consecuencias, causada tal vez por el efecto de palabras forzosamente enigmáticas para la mente infantil. Pero, no sintiéndose satisfecho del todo con su propia explicación, preguntó por confirmarla:

—Y cómo son los ángeles?...